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Educación ciudadana en México -Gilberto Guevara Niebla – (primera parte)

¿Cómo determinar qué le falta y qué le sobra a la actual educación ciudadana? Una manera de hacerlo es realizar un contraste entre los resultados de, a) las encuestas sobre cultura política que se han realizado en México con, b) el esquema ideal que hayamos construido de la ciudadanía democrática. Esta operación nos arrojará como producto una suma de fortalezas y debilidades que poseen los ciudadanos reales. Importa por otra parte, analizar el modo que los ciudadanos tienen de razonar la política: como se construye su juicio político. Por último, sería interesante examinar: los elementos (conocimientos, emociones y valores) que se incorporan a nuestra personalidad a través de la experiencia familiar y escolar. En otra oportunidad trataremos el asunto de la influencia de los factores como la televisión.

El ciudadano ideal

Hay un amplio debate sobre el “ciudadano ideal” (Vergara, 2008; Outlet, 2004; Miller, 2000; Alton, 2001) que por razones de espacio no podemos abordar aquí. En cambio, para tener un punto de partida nos referiremos a las competencias ciudadanas que se propone formar el IFE entre los ciudadanos de México. Son las siguientes:

1. Autoconocimiento y auto rregulación
2. Perspectiva social y bús- queda del bien común
3. Respeto a la diversidad
4. Conocimiento, respeto y ejercicio de los derechos humanos
5. Manejo y resolución de conflictos
6. Convivencia democrática
7. Diálogo
8. Toma de decisiones
9. Participación democrática
10. Participación en eleccio- nes y procesos de consul- ta democrática
11. Comprensión crítica
12. Respeto y valoración de la justicia y la legalidad
13. Comprensión de la demo- cracia
14. Ejercicio democrático de la autoridad y control ciudadano del poder (IFE,
2005).

No basta enlistar derechos y responsabilidades, que es la conceptualización más simple de la ciudadanía, hay que ir más allá y buscar cuál puede ser la química de la “buena ciudadanía”. Rousseau erró al pensar que bastaba la naturaleza para tener buenos ciudadanos. Al respecto es conveniente citar la novela El señor de las moscas de William Golding o la película El niño salvaje de Traffaut para advertir que las reglas sociales, el respeto, la empatía, la capacidad para cooperar, dialogar y negociar, no son cosas inherentes a la naturaleza humana sino cualidades que se aprenden.
Los ciudadanos se forman, son modelados por el ambiente, son el producto de la educación que reciben las personas. Ahora bien, el rasgo sustantivo de la democracia moderna—en relación con la antigua, es decir, la ateniense—es su carácter de democracia basada en la elección de representantes políticos. Ergo, la función cívica de mayor importancia es el voto y lo deseable es que los ciudadanos emitan su voto en cada ocasión con base en juicios políticos razonados, inteligentes.

Juicio político

Aunque la democracia no se reduce al ejercicio del voto, podemos pensar que el buen juicio político del votante es el primer componente o la primera virtud que debe desarrollarse entre los ciudadanos. Pero: ¿cómo se construye el juicio político? Hay varios “modelos”. El que se basa, desde luego, en un cuerpo sólido de conocimientos (modelo del ciudadano informado). La paradoja, sin embargo, es que en todas las democracias del mundo, sin excepción, se observa que el ciudadano actúa (vota, participa, propone, critica, rechaza, etc.) con un bagaje muy pobre de conocimientos políticos. Hay autores que sostienen que al pedir un “ciudadano informado” para la democracia es establecer estándares muy elevados (Schattschneider, 1960). Existe, empero, un enfoque alternativo en el que los ciudadanos pueden tomar decisiones efectivas en forma razonable si solamente están moderadamente informados (modelo heurístico). El ciudadano con poca información sigue “atajos” que le permiten llegar a formar su juicio político. Este modelo acepta los supuestos que dirigen el modelo del ciudadano informado: que las creencias constituyen el factor determinante en la formación de actitudes, que éstas pueden estar basadas en información más o menos exacta y que la formación de actitudes y su expresión es un proceso dinámico. Pero hay un tercer modelo, según el cual las creencias importan y son decisivas en la gestación de afectos o estados emocionales. Los juicios afectivos –en lugar de la información—sobre individuos, grupos o asuntos se almacenan en la memoria, la cual es actualizada cuando se encuentra nueva información. En este caso, el esquema cognitivo es substituido por un esquema afectivo (Delli Carpini, 2005-25).

El desarrollar una ciudadanía bien informada es, según Norberto Bobbio, una de las “promesas incumplidas” de la democracia (Bobbio, N., 1984). Hay que decir, sin embargo que el ideal del “ciudadano informado” ha servido a unos y a otros para descalificar la democracia: a) desde Platón hasta la actualidad, la derecha conservadora crítica la democracia porque otorga poder a las “masas ignorantes” etc. y b) desde Platón, pasando por John Stuart Mill, hasta la actualidad, ciertos grupos defienden el ideal de un gobierno exclusivo “de los que saben”, es decir, un gobierno tecnocrático.
La concepción republicana del ciudadano se apoya mucho la idea de de un “ciudadano virtuoso”, lo que equivale a decir informado, participativo, patriota, etc. (Velazco, A. et al, 2006), lo cual implica cualidades muy difíciles de encontrar entre la ciudadanía real. Ahora, no cabe duda que tener ciudadanos bien informados es una gran ventaja. “Los investigadores han encontrado que los ciudadanos más informados son más proclives a aceptar las normas democráticas —tales como la tolerancia política—, son más eficaces y eficientes en política, muestra más probabilidades de estar interesados en asuntos políticos, son más proclives a seguirlos y discutirlos y es más probable que participen en política de diferentes maneras, incluyendo el votar, trabajando para un partido o asistiendo a juntas locales “ (Delli Carpini, 2005: 22).

Cultura política

En consecuencia, impulsar acciones –como la educación—para producir ciudadanos informados es algo que vale la pena de realizarse (aunque sin perder de vista sus limitados alcances). México, ciertamente, no es la excepción en respecto al “rezago cognitivo” de la ciudadanía. Si nos basamos en la Encuesta Nacional sobre Cultura Política y Prácticas Ciudadanas (ENCUP) de 2008 realizada por la Secretaría de Gobernación encontramos un panorama, por lo menos, inquietante. Veamos algunos datos.

•Confianza en las instituciones. Sólo 23 por ciento de los encuestados manifestaron confiar mucho o algo en los Partidos Políticos. En cambio, el 72 por ciento dijo lo mismo respecto a la Iglesia y el 66 por ciento respecto al Ejército.
•Desconfianza en general. El 84 por ciento estuvo de acuerdo con este enunciado: “Si uno no se cuida a sí mismo, la gente se aprovechará”
•Interés en la política. Sólo 34 por ciento dijo tener mucho o algo de interés en la política.
•Orgullosos de su nacionalidad. El 98 por ciento dijo estar muy o algo orgulloso de su nacionalidad, frente a un 89 por ciento que arroja la Encuesta Mundial de Valores.
•Tolerancia. El 78 por ciento dijo que no aceptaría que una persona drogadicta viviera en su casa y el 46 por ciento que no aceptaría como vecina a una persona enferma de SIDA.
•Participación. Sólo el 8 por ciento de los encuestados aceptó haber asistido a manifestaciones.
•Satisfacción. El 76 por ciento dijo estar algo o muy satisfechos con la vida en general.
•Satisfacción con la democracia. El 62 por ciento dijo estar algo o muy satisfecho con la democracia.
•Interés en la política. Un 9 por ciento dijo tener mucho interés en la política. Un 25 por ciento dijo tener algo. Un 38 por ciento dijo que sólo un poco y un 26 por ciento declaró que nada.
•Votar. El 77 por ciento dijo haber votado en las elecciones presidenciales y legislativas de 2006.
•Confianza en los empresarios. Sólo el 33 por ciento manifestó confiar mucho o algo en los empresarios.
•Medios de comunicación. El 50 por ciento dijo tener mucho o algo de confianza en los medios de comunicación.
•Ideología. El 42 por ciento de los encuestados dijeron no saber si ellos en lo personal se consideraban de izquierda o de derecha. El 14 por ciento se dijo de izquierda y el 32 por ciento de derecha.
•Democracia. Sólo un 48 por ciento dijo estar de acuerdo con que México vive una democracia.
•Hablar de política. La reacción de los ciudadanos mexicanos cuando otras personas comienzan a hablar de política es: 21 por ciento deja de poner atención; el 27 por ciento escucha, pero no participa en la conversación.
•El gobierno se impone. El 49 por ciento dice que estamos más cerca de un gobierno que se impone; sólo el 41 por ciento dijo que estamos más cerca de un gobierno que consulta.
•Satisfacción con respecto al derecho de las personas. El 20 por ciento , nada; el 38 por ciento , poco; el 28 por ciento , algo y el 7 por ciento , mucho.
•Confianza en los partidos políticos. Mucha, 4 por ciento ; Algo, el 19 por ciento ; Poca, el 36 por ciento y Nada, el 36 por ciento .
•Poder legislativo. Al elaborar las leyes, el 49 por ciento piensa que diputados y senadores toman en cuenta los intereses de los propios legisladores; el 25 por ciento dice que toman en cuenta los intereses de sus partidos y sólo 11 por ciento dijo que tomaban en cuenta los intereses de la población.
•Confianza en las elecciones. El 42 por ciento dijo que sí está de acuerdo con la frase “La competencia electoral es mala por que gana quien no se lo merece”.
•Poder de los partidos. Un 65 por ciento dijo que los partidos políticos tienen mucho o algo de poder para cambiar las cosas en México.
•Participación en partidos. Sólo un 7 por ciento de los encuestados dijo haber formado parte de algún partido político.
•Credencial. El 95 por ciento dijo contra con su credencial para votar.
•Voto. Aunque el 81 por ciento dijo en la encuesta haber votado en las elecciones de 2006, las cifras oficiales del IFE indican que sólo el 59 por ciento lo hizo.
•Elecciones limpias. Sólo el 16 por ciento estuvo de acuerdo con el enunciado de que “las elecciones en nuestro país son limpias”. El 66 por ciento , en cambio, opinó que estaban “no de acuerdo ni en desacuerdo”.
•Política complicada. El 52 por ciento estuvo de acuerdo con este enunciado: “la política algunas veces es tan complicada que las personas como usted no entienden lo que sucede” (SRE, SEGOB, GF, 2008).
En síntesis: el ciudadano mexicano es desconfiado, desconfía de las instituciones, tiene poco interés en la política, es nacionalista, participa poco en política, es medianamente tolerante, vota en un relativamente alto porcentaje, está satisfecho con la vida, satisfecho con la democracia, pero sólo un 48 por ciento acepta que México vive una democracia, piensa que no se respeta el derecho de las personas, se duda que el voto sea respetado y el 52 por ciento piensa que la política es complicada”. En muchos casos, se da este desencuentro: los mexicanos tienen cierto nivel de conciencia de sus derechos, pero ignoran u omiten sus obligaciones.

Individualismo-colectivismo

Otro grave problema es el individualismo exacerbado. La experiencia diaria nos enseña, que entre la gente domina un acentuado individualismo que se asocia al relativismo moral, a un laissez faire en el que cada quien busca, sin inhibiciones, el auto-interés. Hay personas que viven obsesionados con el “yo” y que olvidan el “nosotros”, lo cual vulnera el corazón de la sociedad. Una obscura ética modela la sociedad: una ética articulada por valores materiales y por el individualismo. El mismo conservador Edmund Burke hablaba de una “libertad social”. “La libertad que yo amo, decía, y a la cual pienso que todos los hombres tienen derecho, no es la libertad solitaria, desconectada, individual y egoísta. Como si cada hombre fuera a regular toda su conducta conforme a su sola voluntad. La libertad que quiero es la libertad social. Es un estado de cosas basado en igualdad de restricciones; un estado de cosas en donde la libertad de un hombre (o hombres) no puede atropellar la libertad de cualquier otra persona” (Dorrell, S. 2001:3).

En el otro extremo están las formas de acción política colectivas que llegan a inhibir la libertad individual. Formas que se asocian con el populismo, el culto al líder, la adhesión fanática a ideologías, etc. En México se juntan esos dos extremos. México está, pues, lejos de contar con una ciudadanía políticamente educada. Del panorama antes expuesto se puede colegir que la educación de los futuros ciudadanos debe hacer énfasis en aspectos clave como estos: 1) Estimular el desarrollo autónomo de los ciudadanos; 2) Desarrollar el sentimiento de fraternidad y fomentar el valor solidaridad; 3) Motivar a los jóvenes para participar activamente en la vida política de su país; 4) Fomentar la tolerancia a la diversidad; 5) Dar a conocer los principios y valores de la democracia, destacando las ventajas que el régimen democrático tiene sobre otros; 6) Ofrecer conocimientos amplios sobre las instituciones políticas; 7) Enseñar a dialogar y a resolver conflictos pacíficamente y 8) Fomentar el respeto a la legalidad y el conocimiento de las leyes.

La familia

Las tres instituciones que pensamos pueden contribuir activamente a desarrollar buenos ciudadanos son la familia, la escuela y los medios de comunicación. La familia es un primer entorno de aprendizaje del individuo como parte de un grupo social; uno espera que la familia ofrezca libertad, respeto, cuidado mutuo, generosidad y sentido de pertenencia. Que enseñe las reglas de una “común humanidad”. Esto ocurre algunas veces, otras no. Suelen encontrarse familias patriarcales donde predomina el autoritarismo (Véase “El estado de las familias” en Guttman, E. 1987, 2001). Otras veces, los padres en vez de respeto enseñan a los hijos prejuicios (“no te juntes con esos niños que son protestantes”). Encontramos casos en donde las relaciones entre hermanos son de competencia y egoísmo, antes que de diálogo y afecto. En realidad, “a principios del siglo XXI, pareciera que las familias, tal y como las conocíamos desde la época de nuestros abuelos, están casi desapareciendo; presenciamos un aumento en la proporción de separaciones y divorcios, y también en el número de familias monoparentales, resultado de estas separaciones y una serie de reacomodos familiares como respuesta a la intensa emigración. Las familias actuales parecieran más frágiles y dislocadas. A ello se agregan los efectos de la transición demográfica, que se aceleró en las dos últimas décadas del siglo pasado” (Rabell, R. C. 2009:9). En fin, hay niños a quienes el destino niega la posibilidad de crecer en un ambiente familiar adecuado, que son separados del resto de infantes y crecen en medios material y moralmente pobres, disfuncionales, que destruyen tempranamente su inocencia. Desprovistos de la educación de una familia amorosa, habitan lugares en donde aprenden paradigmas morales dudosos, y anhelan la falsa camaradería de la pandilla y los símbolos materiales del éxito. Ellos no aprenden nada del “otro” y solo piensan en “ellos mismos” buscando satisfacer exclusivamente los deseos que emergen de sus mundos privados. No han aprendido a interactuar positivamente con los demás. Se trata de “almas perdidas”. El cinismo invade al mundo actual y el desprecio desdeñoso del prójimo erosiona la capacidad de cambiar el mundo.

Falta tener confianza en los demás, la sociedad carece de cohesión. Domina entre nosotros el más crudo individualismo que se justifica, a veces, en nombre de la libertad. Pero la libertad, como decía Edmund Burke: “No es la libertad de individuos solitarios, desconectados y egoístas (como si cada hombre debe gobernar el total de su conducta siguiendo su sola voluntad). No. la libertad que yo amo, decía, es la libertad social. Es aquel estado de cosas en donde la libertad es garantizada por la igualdad de restricciones”. (Straw, J. et al, p. 3).

Gilberto Guevara Niebla
Profesor de la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM y director de la revista Educación 2000.

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