Morirse no es como lo pintan. Me gustaría decirles que vi un rayo de luz, pero la negrura sólo dejaba ver reflejos de luna sobre las pistolas de los pinches matones.
Con todo respeto, a los otros 43, donde se encuentren.
Morirse no es como lo pintan. Me gustaría decirles que vi un rayo de luz o que escuché la música de los arcángeles, pero la negrura sólo dejaba ver reflejos de luna sobre las pistolas de los pinches matones y los fogonazos intermitentes cuando apretaban los gatillos. Y de oír, nada. El corazón me tronaba más fuerte que los gritos de mis compas o quizá sería el balazo que me rompió el oído un rato antes cuando tumbaron a José porque no quiso bajarse del camión. El caso es que yo ya nomás oía para adentro. Aunque adentro tampoco había mucha música: traía ya las tripas revueltas y me sacudían arcadas como las que le dan al perro del conserje de la escuela.
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El cuarenta y cuatro
Morirse no es como lo pintan. Me gustaría decirles que vi un rayo de luz, pero la negrura sólo dejaba ver reflejos de luna sobre las pistolas de los pinches matones
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